Efectivamente, el sol brillaba con todo su esplendor; sin embargo, el aire frío que soplaba nos recordaba que aún era mes de febrero en el Hemisferio Norte, es decir, pleno invierno.
Muy abrigadito, de los pies a la cabeza, sujeto fuertemente con el arnés de mi sillita, comenzó el viaje!!! Mis ojos brillaban de ilusión y hacían chiribitas. No podía apartar la mirada de las ruedas de la bici de mi mamá, que viajaba a nuestra vera, y mi gesto de sorpresa era aún mayor al comprobar que éstas se movían al ritmo que marcaban sus pies al girar. ¡Qué magia tan extraña!
A cada giro, nos encontrábamos en un lugar distinto, a una corta distancia del punto anterior, pero distinto. La ilusión no fue tan emocionante como cuando di mis primeros pasos de la mano de mis papis, pero desde luego fue también mayúscula.
La luz y el calor del sol, el abrigo y la seguridad que me daba ir guiado por mi papi, hicieron aún más placentero el paseo a orillas del Esgueva rumbo a Valladolid, a casa de mi primo Miguel.
Allí pasamos el resto del día, descansando y recuperando fuerzas para el viaje de vuelta.
Doce kilómetros recorrimos en su totalidad. Doce emocionantes kilómetros que no me quise perder ni un momento. No parpadeaba, por si acaso en uno de esos instantes mis ojos se cerraban y me quedaba dormido. Doce kilómetros de una experiencia nueva de tantas otras que me quedan por descubrir y disfrutar junto a mi papás...
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